Empezamos como empiezan mucho, por amistad y pasarlo bien. Eran los últimos años del instituto y comencé a acercarme a tres chicos de mi clase que mostraban el mismo entusiasmo por la música que yo. Todos tocábamos algún instrumento, pero sin ninguna pretensión. Un día nos juntamos y nos dimos cuenta de que iba a ser difícil montar un grupo de cuatro guitarras y cuatro cantantes. Llegó el crucial momento de escoger instrumentos para formar una banda: y como yo era un poco menos terco que los demás me quedé con el bajo, que nadie quería.
Fue el primer momento en el que se mostró que en el grupo íbamos a tener diferentes personalidades. Pronto me di cuenta que no éramos malos y que había cierto talento. Y cuando ganamos el primer concurso, la cosa se puso seria. Y empezaron los primeros problemas. Yo quería ir a tope con el grupo, profesionalizarlo, gastar horas ensayando y tratar de convertirnos en algo más que un grupo de amigos que tocan. Pero los otros tres se lo tomaban como algo más relajado.
Los años pasaron y seguimos tocando. Pero yo, paralelamente, me tomaba la música ya como una profesión. Empecé a cursar un Master en composición musical Madrid. Teníamos un disco y otro en camino y nos salían bastantes bolos. Pero la distancia entre los otros miembros del grupo y yo se agrandaba una vez que yo empezaba a desarrollar mucha más técnica que ellos: no porque fuera más listo o guapo, sino porque me lo tomaba como una profesión, y ellos no.
Así que decidí entrar a grabar el disco, que iba a tener muy buenas canciones, y después dejar el grupo. Cuando llegó el momento y lo dije me sorprendió que ellos se lo tomaran tan bien. De hecho, se lo esperaban. Yo estaba cerca de terminar el Master en composición musical Madrid y me dijeron que sabían que lo iba a lograr: que me iba a ganar la vida con ello. Ellos seguirían con el grupo, pero desde un punto de vista amateur. Y aún hoy seguimos siendo grandes amigos… y de vez en cuando me subo al escenario con ellos para recordar viejos tiempos.