Dos horas estuve buscando un recibo. ¿Cómo un banco con tantos millones de clientes puede tener una web y una app tan anticuada y poco usable? Hacía dos años que no acudía a una oficina física de un banco. No tenía necesidad de hacerlo, aunque desde la web de mi entidad, cualquier sencillo trámite me ocupaba más tiempo del deseado, pero siempre ahorraba algo si lo comparaba con acudir a la oficina. Pero por culpa de aquel dichoso recibo, y de la dichosa web, no me quedó otra opción que volver a la oficina.
Hay que reconocerle algo bueno a mi banco: tiene un montón de oficina en la ciudad… aunque cada vez menos, porque cada vez cierran más. Cuando me acerqué a la oficina ya iba un poco caliente, tengo que admitirlo. Pero la persona que me atendió allí terminó por agotar mi paciencia. Me dijo que aquello que quería no lo podía hacer en la oficina, que debía solicitarlo desde la web. Me apeteció gritar, pero preferí asentir y decir para mis adentros: hasta luego, banco de toda la vida.
Y así fue como conocí la cuenta inteligente, buscando un banco que hablase mi idioma, buscando una entidad financiera que dispusiera de un entorno digital acorde con los tiempos, una web y una app intuitivas desde la que sea fácil hacer cualquier trámite y que no obligue a sacarse un doctorado en ingeniería informática para descargarse un mísero recibo.
Es verdad que mi nuevo banco no tiene muchas oficinas: no todo puede ser perfecto. Pero hay que reconocer que mantener una red de oficinas para un banco modesto es un gasto nunca rentable. Cada vez somos más los que usamos el móvil para la mayoría de trámites, por lo que una oficina no tiene la importancia de la época pre-smartphone.
En lo que a mí respecta, yo estoy la mar de feliz con mi cuenta inteligente. Hasta ahora no he tenido ningún problema y, además, no me cobran comisiones. Este banco sí habla mi idioma y, además, me ayuda a controlar mi economía.