Muchos deciden dar el gran paso y lanzarse a la aventura de conseguir el ansiado carnet de conducir b en Vigo, imaginando que, con solo apuntarse a la autoescuela, tendrán el volante dominado y el distintivo de conductor en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, el proceso puede volverse un camino lleno de anécdotas, de horas de estudio frente a una pantalla con test de señales de tráfico y de prácticas al volante con el instructor que te observa cada movimiento. La buena noticia es que la sensación de libertad al poder desplazarse sin depender de terceros compensa sobradamente los nervios que genera ponerse a prueba en un examen oficial.
El primer requisito es tener la edad adecuada. En la mayoría de los casos, se puede iniciar el trámite con 17 años y 9 meses, con la idea de realizar la parte teórica y, una vez cumplidos los 18, presentarse al examen práctico. Este matiz puede parecer un tecnicismo, pero marca la diferencia para quienes tienen prisa en comenzar a conducir. Además, se exige un reconocimiento médico que certifique que la vista, el oído y el estado psicomotor no presentan impedimentos graves. Dicho test, que no suele durar demasiado, asegura que el aspirante no ponga en riesgo su seguridad ni la de los demás en la vía pública.
El siguiente paso consiste en inscribirse en una autoescuela que ofrezca la formación teórica. Algunas personas optan por la modalidad presencial, con clases impartidas por un profesor que explica las reglas de circulación y resuelve las dudas in situ. Otros, en cambio, prefieren plataformas virtuales que permiten al alumno avanzar a su ritmo. La cuestión es empaparse del contenido: señales de tráfico, normativa de velocidad, adelantamientos, prioridades en cruces y otros aspectos que, si bien al principio parecen inacabables, se terminan asimilando más fácilmente cuando se ve su aplicación práctica en la calle. Muchos recomiendan no dejar pasar mucho tiempo entre la teoría y la práctica, porque la memoria es frágil, y uno puede acabar mezclando conceptos o dilatando el proceso más de lo necesario.
Se llega entonces al primer gran desafío: el examen teórico. La idea es no lanzarse a ciegas, sino practicar con test similares a los oficiales. Suele haber un mínimo de aciertos requeridos, y cometer demasiados errores (a veces basta con fallar en 4 o 5 preguntas) implica repetir la prueba. Aquí, el nerviosismo juega una mala pasada. Es crucial no dejarse llevar por el pánico y confiar en el estudio realizado. Para muchos, la prueba teórica acaba siendo un mero trámite si se han hecho los deberes. Y sí, siempre hay alguien que alega con un humor algo irónico que “no se aprendió más normas que las de la abuela que le enseñaba a cruzar la calle”, pero eso no es lo ideal para aprobar.
Superada la teoría, arranca la parte verdaderamente emocionante: las prácticas de conducción. Algunas personas confiesan sentir pánico las primeras veces que encienden el motor y, de pronto, se dan cuenta de que tienen que controlar embrague, freno, acelerador y, encima, mirar los espejos sin perder de vista la carretera. El instructor, con la paciencia de un monje, repite: “Suelta el embrague suave, gira un poquito más, ojo con esa señal de stop”. Es un aprendizaje progresivo, lleno de altibajos, pero también de momentos gratificantes en los que uno se sorprende al maniobrar con fluidez, sin dejar el coche calado en cada semáforo. Acumular un número apropiado de clases prácticas resulta esencial, porque así se interiorizan los reflejos necesarios y se cultiva la confianza al volante.
Por fin llega el día del examen práctico, en el que un examinador se sentará a tu lado en el coche y te indicará la ruta a seguir. A menudo, la prueba dura entre 20 y 30 minutos, suficientes para verificar que el aspirante sabe arrancar en pendientes, estacionar sin golpear otros vehículos y reaccionar adecuadamente en las intersecciones. Es un momento de adrenalina: algunos aseguran que el corazón se les acelera al ver la cara seria del examinador, pero no hay que olvidar que él solo evalúa lo que uno hace, sin ánimo de arruinar sueños. Si se comete alguna falta leve, se puede compensar con el resto de la conducción, pero un error grave, como saltarse un semáforo en rojo, acostumbra a conducir a un suspenso automático.
Hay quien afirma que la clave es no confiarse y, al mismo tiempo, no exagerar los nervios. Pisar el freno con suavidad, mirar bien los espejos, señalar las maniobras con el intermitente a tiempo y mantener la calma son ingredientes que ayudan a triunfar. Si todo va bien, llega la buena noticia: “Has aprobado”. La satisfacción en ese instante es equiparable a pocas cosas: te sientes con la libertad de viajar cuando quieras, llevar a la familia de un lado a otro y no depender de transportes ajenos.
Ciertos consejos prácticos facilitan todo este camino. Por ejemplo, elegir una autoescuela con buenas referencias y un instructor con el que te entiendas, pues pasarás horas en ese asiento del conductor. Dedicar tiempo a los test teóricos, incluso cuando creas que ya sabes de memoria todas las señales. Tomar suficientes prácticas y, a ser posible, conducir por distintos tipos de vías, como carreteras, centros urbanos y rotondas (esas grandes enemigas de los novatos). No escatimar en horas de formación para presentarte con la máxima solvencia y evitar la frustración de repetir exámenes.
Al concluir el proceso, tener el permiso de conducción en la mano sienta como una puerta abierta a infinitas posibilidades. Puedes plantearte excursiones con amigos sin depender de los trenes, llevar a tus seres queridos de paseo un domingo soleado o incluso salir de la ciudad en una escapada improvisada. Además, contar con el carnet amplía oportunidades laborales, especialmente si buscas un puesto en el que el desplazamiento sea esencial.